Recuerdo cuando estuve en la residencia de los monjes benedictinos, me habían dado una habitación con una ventana pequeña al parque, una cama, un escritorio y una silla. Había llevado un libro y un cuaderno. A las 4.30 iniciaban las misas con canto gregoriano, asistir era optativo, las horas de las comidas exquisitas y un parque donde meditar caminando. Descubrí que estando bien interiormente no necesitaba nada más. En esa habitación pequeña, con todo lo necesario, me sentía bien. La necesidad de soltar y sentir una reducción hacia la interioridad: es un llamado sanador. Y allí viene el regalo de la liviandad, la renovación: al desprenderme intencionalmente, de cosas, situaciones, personas. A los que están ahí, les deseo lo mejor en esa transformación que fluye continua como el agua interior de la Vida. Gracias por estar. Abrazo luminoso. |
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